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  Es Navidad y los árboles morirán, extirpados de su tierra, por la mano avara y cautiva del hombre; y serán felices los hombres, no los árboles, al falso abrigo de cepellones muertos. Después, cuando todo acabe y llegue la rutina de los días eternos, lloverán agujitas en zaguanes y se amontonarán los fallecidos sin savia ni clorofila en basureros y terrazas.   Es Navidad y muchas tiendas abrirán, abarrotadas de artefactos inútiles, abalorios, cacharros de toda índole, creados bajo el solo propósito de adornar los días señalados. Luego, cuando todo termine, serán basura, o irán a sumarse a los incontables cachivaches que alumbraron nuestros escuetos días de navidades pasadas, en el desván de las cosas olvidadas. Es Navidad y multiplicaremos las viandas, exageraremos los platos, las cantidades, los comensales, las jarras, las botellas y las copas, de la misma forma que engrandeceremos nuestras (¿falsas?) sonrisas, alegrías, fingimientos y mentiras. Se trata de participar en este be

Tarde de playa

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- Entonces qué ¿seguimos adelante? - Déjame pensármelo. Todavia no tengo claro algo, respondió ella. Esa tarde recibió la llamada de Carla. Qué bien, tanto tiempo sin hablar con ella y con las otras. Seguro que le sentaría fenomenal esa excursión a la playa de la que le habló. Demasiadas horas pegadas al ordenador, cosida a la silla de despacho, de lunes a viernes y vuelta a empezar. Dijo que sí. Colgó el teléfono. Ya lo pensaría más adelante su respuesta. Quizás pasado mañana. Aún tenía un margen. Así habia quedado con Álvaro Crespo. Era apuesto aquel tipo: mentón puntiagudo, no demasiado, solo lo suficiente para resultar atractivo; sin una arruga en la cara, ni una sola, y ya pasaba de los cuarenta; cabello fuerte y castaño; y la estatura, el imprescindible metro noventa. Siempre le gustaron altos, mucho, demasiado incluso, le gustaron y le gustaron altos. Ahora no se iba a echar atrás.  A las cuatro en punto pasaron por ella. Un remozado escarabajo rosa chicle. Nunca lo hubiera pens

Escrito el 18 de abril de 2014

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La noche en que anunciaron el gran deceso a Mireia le había dado por pasarla en vela. Por eso fue la primera, después de aquel cronista de barrio venido a menos por causa de su fuerte adicción a las drogas y a las putas, pero elevado ahora al estrellato de un día por la fatal noticia, en conocer este hecho. No pudo menos que sentirse impactada; casi huérfana por tercera vez , pensó. Tal era su intimidad imaginada con el escritor de sueños, ahora vagante en los limbos perdidos del camino de ida sin vuelta.             Recordó los días de un verano que quedaba ya muy lejano en el tiempo, en su tiempo, y más aún en el que ya no lo es de los que ni están por aquí ahora. Recordó. Y con las alas puestas en modo inverso se desplazó volando a unos días felices, cargados de gritos de niños, risas, playa, humedad salada y bañadores tendidos en el patio, y ella, resguardada de todo esto, en su cuarto. Sintió el tacto seco de unas páginas que pasaba sin detenerse, el ritmo ascendente de las pala