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Mostrando entradas de 2021

El juego de la vida

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Usted es raro, señor. Me preguntó con tono afirmativo.  Im presionado con la cuestión me giré y la miré fijamente a los ojos. Pensé, por un momento, que tal vez no había escuchado bien, que mi mente me había vuelto a jugar otra mala pasada, como cuando jugué al ajedrez sobre zancos. Tampoco entonces entendí las palabras. Quizás, como ahora. Por eso me giré, y clavé mi mirada en la suya: una niñita de metro y medio a lo sumo, a la que la infancia aún mantenía atada con su hilo de tergal, impidiéndole escapar hacia la adolescencia, como ella hubiera empezado a desear. Pero así es la vida.       De modo que después de despertar su curiosidad, pues en esto soy un lince y mis pupilas insuflan fuego cuando han de hacerlo, y agua si se precisa, en esta ocasión la apunté con iris de hielo. Lo sé, soy consciente. La dejé tan clavada a su propia realidad que no volvió a ingerir el aire sobrante de sus palabras. No. Aproveché la ocasión para sacar a relucir mis dotes y ventajas frente a quien osa

Apilar el futuro

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 La sangre se escurría por las paredes y, en ese momento, se acordó del Maná. ¡Se parecía tanto al de las historias bíblicas que estuvo a punto de abalanzarse y bebérselo! Pero el golpeteo de los puños contra la puerta le hizo "despertar" y darse cuenta que, desde el otro lado de la cámara, le urgía su jefe para seguir descuartizando. Con la pulcritud de un empleado de banca recogió los sesos que se le habían desparramado al entrar, los depositó sobre las bandejas a este fin destinadas, y salió. La cámara frigorífica haría el resto. Pronto llegarían los primeros pedidos y debían estar preparados para su venta. Fuera le esperaban unas decenas más de cerdos en fila. 

El hombre sin cabeza

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  Apenas había rozado la tierra cuando percibió la humedad. Era una humedad extraña, de esas que acontecen a los días posteriores a la caída de lluvias intensas, las riadas que solían llamar por su tierra; solo que no recordaba haber visto caer tal maná del cielo, ni esa tarde ni los días anteriores. Sin embargo, seguía notando la misma sensación. Resultaba un tanto incomprensible pues, cuando acontecían fenómenos meteorológicos así el olor, tan característico, se entremezclaba con la hierba, y provocaba un intenso aroma que le calaba hasta llegarle al mismo pecho. Pero no era esto lo que sentía. Notaba, sin embargo, que todas las sensaciones se detenían en el mismo punto: su tráquea. Fue entonces cuando recordó ver caer en un tiempo indefinido antes de ese instante, desde lo alto de la cornisa, una afilada guadaña que le sesgó el cuello. Tuvo suerte de conservar la memoria. No sabría qué habría hecho sin ella.

María Dudas

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¡ Pues sí! Todas las dudas de mi vida han llegado a mí esta noche. Para ser concreta, esta madrugada entre las 2:13 y las 2:44 horas. Y lo han hecho en tropel, una tras otra, juntas, pegaditas, incluso sobrepuestas, tanto, tanto que casi ha estado de estallarme la cabeza y los niveles de ansiedad se me han disparado como la aceleración del motor de un coche puesto al servicio del revisor de la ITV.  Ha pasado por allí el caramelo de fresa, envuelto en su rico ropaje de plástico impreso, que me miraba pidiendo clemencia desde esa carita de muñeca, la que el diseñador de packaging tuvo en gracia darle un día de modesta inspiración. Vi serpentear la carrera de caracoles, todos dispares, ninguno ordenado, deslizando su mocoso cuerpo por el suelo del porche. El sol, unas gotas de agua y  las ganas de dar un vencedor a la competición eran mis motivaciones. ¿La duda? ¿Qué premio dar al ganador, hojas de lechuga o algún otro manjar recién robado del huerto?  También pasó por allí la difícil de

El hogar

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Te lo he dicho cientos de veces. El hogar no es la cáscara perdida de un molusco en mitad de la nada. No es la envoltura preciosa recargada de luces; tejidos cubriendo ideas vacías sobre desnudas paredes. No son tus ansias por acaparar estatuas de piedra en el jardín. No. Es el hueco que queda dentro cuando estás aquí, a mi lado, lleno de aire renovado que silva suave y acaricia sueños. Es la voz que susurra al oído contemplando el amanecer. Es la risa que quiebra paredes, y la calma cuando aparentas ser piedra (pero por dentro eres pasión). Son las letras de un libro sin pliegos que edifica historias más allá de tu piel; es la sal rezumando de ella, y mis labios recibiéndola. Y latido atentando contra toda razón. Es mirada y es ceguera, porque no necesita un tener para ser. Ese es el hogar.

Macario Argure

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  Las últimas horas de Macario Argure las pasó despierto. Se había prometido una y mil veces no hacerlo, pero no fue así. En su lecho de muerte, el moribundo esperó ansioso la llegada de aquellos a quienes quiso: un sobrino descarriado, al que recondujo hacia el buen sendero, a base de mucha mano, poco mimo y bastante celo para desviarlo de los malos pasos; una tendera imposible, pero loca por cumplir con todos los pedidos, más imposibles aún, que él le solicitaba; una hermana insulsa, que la vida puso en su camino cuando a él ya le quedaban grande las presentaciones (pues pasaba de los cuarenta y se había acostumbrado a ser el vástago no reconocido de un marqués de la zona); y a ella, hija legítima del marqués con su santa, nadie le confesara la absurda realidad en la que transitaba, desde hacía veintisiete años. Micaela salió como de una chistera y se plantó en su vida tan tarde como pronto lo empezaron a hacer una tensión elevada y un incipiente inicio de artrosis. Pero a ninguno de

Riel de la luna blanca

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  En la última noche soñó que se le desvanecían las manos, que sus dientes eran hilos a los que regresaba su alma, si es que ya era difunto. Soñó, o vio, los últimos rayos de la luna creciente posarse sobre su almohada derecha, la que permanecía vacía desde hacía treinta años. Pero no le importaba, como no le importaba haber cerrado esa puerta tras los pasos de ella la tarde en que todas sus cosas la aguardaban en el maletero, a una manzana de distancia, en la plaza poblada de piares y gritos de niños anclados a bocadillos de chorizo. Ajenos, niños ajenos, y ajenos a todo, como habría de ser.             Soñó, o le venció el sueño despierto en la alcoba, que las paredes pintadas de azul se le aparecían amarillas; y la luz, tan intensa y doliente, le quebraba; que el techo se mantenía firme, allá arriba sobre su cabeza, hasta el mismo instante en que todo comenzó a rodar. Entonces los libros de su mesilla de noche iniciaron la danza terrible y, mostrando abiertas sus alas de papel, de

La biblioteca de los cuentos desterrados

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    Mamá osa no comprendía porqué sus oseznos no salían de la cueva después de los meses de hibernación. La primavera había brotado alrededor y ya era tiempo de conocer mundo. —No, no, no. No lo cuentes así. Habíamos quedado en que cambiábamos esta parte. —replicó Carmen a su hermana. Todas las noches, antes de acostarse, las dos pequeñas se ocultaban bajo el nórdico extendido sobre la cama de la mayor, sacaban la linterna que les regaló su abuela y, con un hilo de voz para que nadie las escuchara, leían uno de sus cuentos favoritos. —Pero es lo que pone en el cuento, el que nos escribió la tía antes de que nos volvieran a dejar sin recreos ni clases en el cole. —respondió enérgica la pequeña Lidia. —Ya lo sé. Pero nosotras teníamos un plan. ¿Recuerdas? Nada de encierros, nada de personas encarceladas, no podemos decir una sola palabra que tenga que ver con no poder salir. Lidia asintió y dejó el pliego de papeles a un lado. Se acurrucó junto a su hermana en esa fría noche y