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Tempus fugit

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Tempus fugit Me acostumbré a su ausencia. A su presencia vacía, a su infinita esencia dibujando surcos en el aire de la casa. Me acostumbré, como se acostumbran los perros, a dejar caer el cuerpo en la cama y saberla cerca. A las palabras huecas, a los silencios dormidos, a las pocas cosas por recoger y los días que languidecen despiertos. A tantas cosas me acostumbré y a tan pocas tenía hábito que fui dejando para mañana los hoy, y con el paso de las horas se convirtieron en ayeres, y entonces, el abandonado, el ausente, fui yo, pero de la vida, de esta, de la mía, de la presente. Así logró ella arrastrarme de mi presencia a su ausencia, de mi ser a su nada. Ya no soy, o soy por ella. El tiempo lo dirá.

El interruptor

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El interruptor Apagó las luces y salió. Lo había hecho tantas veces antes que no le daba importancia. Rozar el interruptor con los dedos, helados en invierno, calientes en verano. Hoy, en cambio, era otoño. Recordó que las horas corrieron locas en primavera, cuando lo conoció. Entonces, nada comenzó a ser igual a como había sido durante los largos y tediosos cuarenta años anteriores; hasta el sol iluminaba diferente ese aire que había empezado a respirar distinto. Olía, como nunca antes había sentido que oliera. Pero entonces, en primavera, no le dio demasiada importancia. Y ésta fue escondiéndose para dar paso al verano, un verano como jamás tuvo otros. Llegó lleno de besos, caricias, labios, humedad, jadeos,… Ahora, en cambio, recordaba esto en la oscuridad de un cuarto vacío donde apenas llegaban sonidos huecos de la ciudad dormida.